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Por qué los intérpretes somos muy malos testigos

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Por qué los intérpretes somos muy malos testigos
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Los intérpretes somos bichos raros. Andamos por todos los rincones del mundo trabajando en las situaciones más inverosímiles.

Intérpretes diplomáticos

Dada la naturaleza de nuestro trabajo, los intérpretes diplomáticos probablemente seamos los intérpretes más discretos de todos. Sin embargo, en las últimas semanas, nos hemos visto forzados a salir a la luz por gente que no solo desconoce la naturaleza de nuestro trabajo sino que también, y aún peor todavía, desconoce la naturaleza de las relaciones internacionales.

Por lo general, gran parte de lo que se escribe sobre el trabajo de los intérpretes tiene que ver con nuestras habilidades y cómo adquirirlas y perfeccionarlas. También se habla mucho sobre la confidencialidad y la conducta profesional. Sin embargo, la confianza y lo importante que es parecen ser un tema menor.

Confianza

Mis clientes suelen ser personas poderosas, expertos acostumbrados a manejarse con soltura y a dictar cómo se hacen las cosas en sus pequeños reinos; por lo general, son hombres. Y aún así, de repente se encuentran a la merced de una intérprete mujer de un metro y medio de altura de quien dependen para comunicarse, transmitir su mensaje y lograr sus objetivos. Creo que sería justo (y entendible) decir que no les gusta mucho encontrarse en tal situación de vulnerabilidad temporaria.

Como intérprete diplomática, sé muy bien lo importante que es ganarme la confianza de mis clientes y que sepan que voy a respetar y transmitir su mensaje con la misma sutileza e intención y el mismo ímpetu y significado que en su versión original. Los intérpretes diplomáticos de alto nivel no aparecemos listados en las páginas amarillas ni en los avisos clasificados y sé fehacientemente que mis clientes no llegan a mí a través de una búsqueda al azar en Google. Hemos pasado pruebas de calidad y seguridad y hemos demostrado el valor de nuestro trabajo. Cuando saludo a un cliente por primera vez, sé que es el resultado de una transferencia de confianza de ellos para con su equipo y de su equipo en mí o en la persona que me recomendó o del trabajo que hice anteriormente para su organización, etc.

También sé que solo tengo unos minutos para conseguir la señal universal de confianza: que todos los presentes en la sala apoyen la espalda sobre el respaldo de la silla cuando escuchan mi interpretación.

Supongamos por un momento que la ley logre imponer su voluntad y desdiga los códigos de ética y conducta profesional que regulan el actuar de los intérpretes y, además, logre dejar sin efecto los acuerdos de confidencialidad que solemos firmar: ¿qué pasaría si todo intérprete fuese un soplón en potencia? ¿Cómo podrían nuestros clientes confiar en nosotros? ¿Cómo podríamos hacer nuestro trabajo? Y, peor aún, ¿cómo podrían seguir funcionando las relaciones internacionales?

RAM y ROM

Irónicamente, aun si lograsen llamarnos a dar testimonio y aun si quisiésemos ayudar, no podríamos hacerlo ya que, simplemente, no nos acordaríamos de lo que se dijo e interpretamos.

Eso es justamente lo que los senadores estadounidenses no entienden: la naturaleza misma de lo que pasa cuando interpretamos.

(Voy a simplificar mucho el proceso, si me lo permiten.)

Cuando interpreto simultáneamente, por ejemplo en una conferencia o cuando le susurro la interpretación al oído a un jefe de estado, mi cerebro, al igual que una computadora, combina dos niveles de procesamiento. Lo que se dice y yo traduzco permanece a nivel superficial, apenas tocando la superficie de mi cerebro mientras que, al procesar y traducir el mensaje, extraigo el conocimiento y la información que tengo almacena en las profundidades de mi materia gris (es decir, lo que estudié en preparación para el evento, el conocimiento general que llevo años acumulando, lo que leí en el diario esa semana y más). Eso significa que el mensaje, lo que se dice, rara vez se guarda en mi cabeza y, por lo tanto, no puedo extraerlo más tarde y repetirlo. Es como si quedase almacenado temporariamente en mi memoria RAM y se borrase automáticamente una vez que vacío mi caché o apago mi cerebro cuando me voy a dormir (en realidad nunca logro apagar mi cerebro, pero esa es otra historia).

Esta semana leí en algún lado que los senadores también querían ver las notas de la intérprete, la señora Gross. ¿Vieron alguna vez las notas de un intérprete y tienen la más mínima idea de cómo funcionan?

Las notas que tomamos los intérpretes no son una transcripción ni el borrador de un acta. Las notas que tomamos los intérpretes son un ayuda memoria y no una transcripción directa del mensaje original. Una vez más, el grueso de la información se guarda temporariamente en la memoria RAM del intérprete y, minutos más tarde, desaparece o se lo olvida. Puede que recordemos la idea general de lo que se dijo o algún detalle al azar, pero una vez que retransmitimos el mensaje en el otro idioma, el mensaje se desvanece de nuestra mente y dejamos de controlarlo. Lo cierto es que nunca lo hicimos.

Por qué no

Citar a un intérprete y obligarlo/a a dar testimonio no solo es peligroso sino también inútil.

De seguir adelante y conseguir su objetivo, los senadores estadounidenses estarían sentando un precedente peligroso que pondría en riesgo no solo a toda una profesión que tiene como objetivo ayudar a derribar barreras, construir lazos más sólidos y ayudar a las personas a comunicarse, sino también a todo el ecosistema diplomático. Lo peor es que probablemente sería por nada ya que lo más probable es que la intérprete del presidente Trump no recuerde lo que se dijo, al menos no con el detalle y la precisión que los senadores seguramente deseen conseguir.

Es cierto que los intérpretes diplomáticos trabajamos en las sombras. Nuestro aspecto y las prendas que vestimos son tan discretas como nuestro comportamiento y tan serias como nuestro profesionalismo. Somos testigos de la historia en acción; y a menudo también somos testigos de un montón de conversaciones aburridas. Nos ganamos la confianza de quienes no suelen confiar fácilmente en los demás y hacemos lo mejor que podemos (y más) para asistirlos adecuadamente.

Ciertamente no somos los protagonistas, pero sí mantenemos la rueda girando.

No nos pongan un palo en la rueda a mitad de camino.

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